Festival Oude Muziek Utrecht 2017
"One of the most remarkable projects the Utrecht early music festival has ever presented." (Festival Oude Muziek)
Forced displacement of civilians worldwide is at its highest in decades. Unfortunately, streams of refugees have appeared throughout history. In a confrontational, but above all warm and humane homage the spectator becomes part of this piece of street theatre. Suspense, mystery, solidarity, melancholy, hope and generosity permeate this impressive journey through the city of Utrecht.
Forced displacement of civilians worldwide is at its highest in decades. Unfortunately, streams of refugees have appeared throughout history. In a confrontational, but above all warm and humane homage the spectator becomes part of this piece of street theatre. Suspense, mystery, solidarity, melancholy, hope and generosity permeate this impressive journey through the city of Utrecht.
Photocredit: Marieke Wijntjes
EL PAÍS - REFUGIADOS EN PRIMERA PERSONA - 29 Agosto 2017 06:03 CEST
Financiado por el Institut Ramon Llull y el INAEM, el espectáculo musicoteatral interactivo Musica fugit (de Kamchàtka, un grupo formado en Barcelona con Adrian Schvarzstein) convierte a los espectadores durante más de dos horas en refugiados. Un puñado de actores −trasunto de judíos perseguidos en la Segunda Guerra Mundial− los llevan de acá para allá, huyendo, escondiéndose, agazapándose. Se ocultan en sótanos, cocinas, jardines traseros, se acuclillan en penumbra en chiscones, se tapan las caras con bolsos o mochilas, corren por callejuelas o por la parte baja de los canales, se apiñan sentados unos encima de otros en un microbús con cortinillas negras que no saben adónde les lleva. Privados de documentación y de móviles (quemados en un bidón rociado con gasolina), se convierten en sombras que huyen sin tregua de un perseguidor invisible. La ficción toma visos de ser cada vez más real, nadie habla, pero sí suena música barroca aquí y allá, cercana o lejana, tocada asimismo por una cantante (Emma Kirkby) y varios instrumentistas judíos de otro tiempo. El público, dispersado al comienzo en varios grupos, acaba sus peripecias cuando todos se reúnen por fin de nuevo en un garaje, donde la angustia da paso al alivio, las sonrisas, a los abrazos de confraternización con desconocidos que parecen haber dejado de serlo, a los bailes. Y a las lágrimas de emoción generalizadas. Pero aguarda aún un segundo final, en medio de un parque, todos con los ojos vendados con cintas negras y andando torpemente, trastabillándose, hasta que la música de Bach invita a dormir para, por fin, despertar de la pesadilla. Extinguido el júbilo anterior, este epílogo es de nuevo triste y reflexivo, como no podía ser de otra manera, porque los refugiados reales habitan entre nosotros: aquí y ahora.
Financiado por el Institut Ramon Llull y el INAEM, el espectáculo musicoteatral interactivo Musica fugit (de Kamchàtka, un grupo formado en Barcelona con Adrian Schvarzstein) convierte a los espectadores durante más de dos horas en refugiados. Un puñado de actores −trasunto de judíos perseguidos en la Segunda Guerra Mundial− los llevan de acá para allá, huyendo, escondiéndose, agazapándose. Se ocultan en sótanos, cocinas, jardines traseros, se acuclillan en penumbra en chiscones, se tapan las caras con bolsos o mochilas, corren por callejuelas o por la parte baja de los canales, se apiñan sentados unos encima de otros en un microbús con cortinillas negras que no saben adónde les lleva. Privados de documentación y de móviles (quemados en un bidón rociado con gasolina), se convierten en sombras que huyen sin tregua de un perseguidor invisible. La ficción toma visos de ser cada vez más real, nadie habla, pero sí suena música barroca aquí y allá, cercana o lejana, tocada asimismo por una cantante (Emma Kirkby) y varios instrumentistas judíos de otro tiempo. El público, dispersado al comienzo en varios grupos, acaba sus peripecias cuando todos se reúnen por fin de nuevo en un garaje, donde la angustia da paso al alivio, las sonrisas, a los abrazos de confraternización con desconocidos que parecen haber dejado de serlo, a los bailes. Y a las lágrimas de emoción generalizadas. Pero aguarda aún un segundo final, en medio de un parque, todos con los ojos vendados con cintas negras y andando torpemente, trastabillándose, hasta que la música de Bach invita a dormir para, por fin, despertar de la pesadilla. Extinguido el júbilo anterior, este epílogo es de nuevo triste y reflexivo, como no podía ser de otra manera, porque los refugiados reales habitan entre nosotros: aquí y ahora.